Nunca
olvidaré aquella mirada suplicante, pavorosa.
Ojos muertos
que vivieron cien de nuestras vidas.
Sonaban los
últimos sones de la fiesta…
Cuando
arribaron aquellos cuerpos de lava descompuesta.
Desechos del
volcán putrefacto de nuestras conciencias.
Ajenos al
ruido bailábamos el vals de los sordos...
Retratábamos
en solitario nuestras bocas de pato.
Están
llamando a las puertas del infierno...
Desde
entonces me silban los oídos...